miércoles, 18 de enero de 2012

LAS PRIMERAS LETRAS


LAS PRIMERAS LETRAS

Respetar el pensamiento del niño y aprovechar su inmenso potencial creativo es la propuesta central de la pedagogía actual. Expertas investigadoras del tema explican el proceso por el que transitan los infantes en su aprendizaje de la lectoescritura.

“Repitan todos: eme a, ma; eme e, me; eme i, mi...”. Esa era la frase repetida una y mil veces por los maestros de preescolar y primaria, cuando de enseñar a leer y escribir se trataba. En este método de instrucción la memoria era lo que más tenía que desarrollar el niño; no importaba mucho si comprendía o no lo que estaba aprendiendo, o más bien, lo que se le estaba tratando de enseñar. Lo relevante era que fuese capaz de repetir como un loro el abecedario de la cartilla; el pequeño que no se adecuaba a esta rutina era etiquetado de “flojo”, “distraído” o “apático”.

Afortunadamente, esta manera de “enseñar” ha dado paso, poco a poco, a otros métodos donde se privilegian las habilidades particulares de cada infante. Este cambio de visión en la educación es el resultado de un buen número de investigaciones en el campo de la psicología, específicamente en el área de la lingüística, cuyos resultados han originado que los métodos tradicionales estén siendo sometidos a una seria evaluación.

El método tradicional
Desde siempre, la preocupación de la enseñanza escolar ha girado en torno a la necesidad de potenciar el desarrollo de las competencias básicas de la comunicación: hablar, escuchar, leer y escribir. Para garantizar que el niño se encauzara en el inmenso caudal de conocimientos, era preciso “dotarlo” de las técnicas precisas que lo conducirían a este fin último. Es así como, en el caso del aprendizaje del lenguaje —tanto oral como escrito—, se debatía sobre el momento preciso en el que se debía iniciar al niño en este proceso. De menor importancia era el cómo hacerlo, puesto que, si el maestro tenía paciencia y algo de astucia, lograba “enseñar” al pequeño. 

La labor del educador se sustentaba en la teoría de transferencia de información, conocida también como bottom up —de la base al tope—, donde el estudiante era el depositario de toda la información que le iba impartiendo el maestro. “Partíamos casi siempre por las vocales, luego seguían las consonantes y posteriormente las sílabas directas… Hacíamos ejercicios de discriminación auditiva y visual de cada fonema, realizábamos ejercicios de grafías, y finalmente pequeños dictados de palabras sueltas…”. Así narra su experiencia la pedagoga Pilar Orte Moncayo en su artículoAyer y hoy de la enseñanza del lenguaje escrito. Esta práctica resultaba tremendamente aburrida y repetitiva para el niño, quien debía hacer uso de la ejercitación mecánica y de su buena memoria para obtener una buena calificación.

Entendiendo el proceso
“Lo que lleva al niño a la reconstrucción del código lingüístico no es una serie de tareas, ejercicios repetitivos o el conocimiento de las letras una por una y de las sílabas, sino que es una comprensión de las reglas que componen la lengua. El niño, muy precozmente, va construyendo hipótesis acerca de la naturaleza de la escritura”

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